Para leer al Pato Donald
Un claro ejemplo de esto son los sobrinos de Donald, quienes encarnan una versión idealizada de la infancia: obedientes, trabajadores y consumistas sin cuestionamientos. La familia, en estas narrativas, aparece desestructurada y reducida a lazos débiles, sin figuras maternas ni vínculos afectivos sólidos, lo que refleja una sociedad individualista en la que prima la utilidad sobre la empatía. La ausencia de redes de apoyo emocionales refuerza la idea de que cada individuo es responsable de su destino, una noción central del pensamiento capitalista.
Asimismo, las historietas construyen modelos infantiles que, más que reflejar la diversidad de la niñez, reproducen un ideal conveniente para el sistema: niños moldeables, fácilmente adaptables a las normas establecidas y sin capacidad de rebelión. En esta línea, la figura del "buen salvaje" es recurrente, presentando a los pueblos indígenas y a las clases populares como seres ingenuos, ajenos al progreso y en necesidad de ser “civilizados” bajo los parámetros occidentales. Este arquetipo se complementa con la representación del "subdesarrollado", que es mostrado como incapaz de gestionar su propio destino, justificando así la intervención de las potencias extranjeras bajo el pretexto de la modernización.
Otro tropo común en estas narraciones es la figura del "paracaidista", personajes que llegan a territorios ajenos sin historia ni contexto, imponiendo su lógica de mercado y sus valores sin cuestionar su propio rol en las estructuras de poder. Esta visión refuerza la narrativa colonialista según la cual las naciones desarrolladas tienen el deber moral de intervenir en otras sociedades, presentando el progreso como un regalo unilateral en lugar de un proceso complejo e histórico.
Las historietas también funcionan como una “máquina de ideas” que refuerza un modelo de sociedad basado en la obediencia y el conformismo. Se presenta al mundo como un lugar estático, sin evolución histórica ni conflictos sociales relevantes. Al eliminar cualquier referencia a la transformación o al cambio, se refuerza la noción de que el capitalismo y sus desigualdades son naturales e inmutables, impidiendo la posibilidad de imaginar alternativas al sistema.
En definitiva, el análisis de Para leer al Pato Donald deja en claro que estos cómics van mucho más allá del entretenimiento infantil: son herramientas de reproducción ideológica que consolidan un mundo donde el poder y la desigualdad se presentan como inevitables. A través de sus personajes, narrativas y omisiones, estas historietas contribuyen a modelar una percepción de la realidad en la que las estructuras de dominación no solo se aceptan, sino que se interiorizan como parte del orden natural de las cosas.
Referencia:
Dorfman, A., Mattelart, A., & Schmucler, H. (2002). Para leer al Pato Donald.
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