NecroPolítica

¿Quién decide quién vive y quién muere? Achille Mbembe lanza esta pregunta como un dardo que atraviesa los discursos del poder moderno. Si Foucault nos mostró que el biopoder gestiona la vida, Mbembe empuja el análisis más allá: vivimos en tiempos donde el poder organiza la muerte. No es solo una metáfora. La necropolítica, como la llama, es la capacidad soberana de declarar ciertos cuerpos matables, sacrificables, prescindibles. Se trata de un tipo de racionalidad que no protege, sino que abandona. Que no cuida, sino que expone al dolor, al hambre, a la violencia sistemática. Esta lógica no es una excepción del mundo contemporáneo, sino su arquitectura más profunda. Desde las colonias hasta los guetos urbanos, desde los campos de refugiados hasta los barrios periféricos racializados de América Latina, la muerte se administra como política pública. Mbembe nos sacude al decir que no hay modernidad sin matanza, que el progreso se ha construido sobre cadáveres cuya desaparición fue justificada en nombre del orden, de la seguridad, de la civilización. La necropolítica no necesita campos de concentración visibles: puede operar en la lentitud de la exclusión, en la burocracia del abandono, en la invisibilidad de los cuerpos que mueren sin dejar huella. Y lo más brutal: todo esto puede convivir perfectamente con democracias, con leyes, con derechos humanos que no se aplican para todos. La matabilidad no es un accidente, es una elección política sostenida por el racismo estructural, el capitalismo depredador y la colonialidad que aún habita nuestras instituciones. Pero Mbembe no se queda en el diagnóstico. Lanza una provocación ética: ¿cómo resistir esta maquinaria sin reproducir su violencia? ¿Cómo construir una política de la vida que no se base en nuevas exclusiones? Él responde que la única salida real es descolonizarlo todo: el pensamiento, la economía, los afectos. Reaprender a mirar los cuerpos heridos sin convertirlos en objetos de compasión, sino en sujetos de dignidad. Reconocer que el sufrimiento no es natural ni inevitable, sino producido por un sistema que ha hecho de la muerte una herramienta de gobierno. Pensar la necropolítica no es solo una tarea intelectual; es, sobre todo, una urgencia moral. Porque mientras no desactivemos sus engranajes, no habrá justicia posible. Solo una gestión selectiva de quién puede respirar y quién debe desaparecer.

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