TECNOFEUDALISMO
Cuando hablamos de feudalismo, pensamos en un pasado remoto: castillos, reyes, campesinos atados a la tierra. Pero Yanis Varoufakis, en su obra Tecnofeudalismo, nos plantea una idea inquietante: que no estamos frente a una evolución del capitalismo, sino ante su reemplazo por un nuevo régimen de poder. Uno que no necesita ejércitos ni fronteras, porque gobierna desde la nube. Uno donde los señores feudales ya no son nobles armados, sino plataformas tecnológicas que controlan el terreno digital que habitamos.
El autor sostiene que el motor del capitalismo clásico –la competencia por las ganancias a través del mercado– ha sido desplazado por una lógica diferente: la renta digital. En este nuevo escenario, las grandes corporaciones tecnológicas no compiten ofreciendo mejores productos, sino que monopolizan el acceso a los datos, a los espacios virtuales y a nuestra atención. Y eso les permite obtener ingresos extraordinarios simplemente por poseer, no necesariamente por producir. Es, según Varoufakis, una forma de acumulación rentista disfrazada de innovación.
Este sistema convierte a los usuarios en trabajadores invisibles. Cada publicación, búsqueda, reacción o movimiento en línea genera información valiosa. Sin embargo, esos datos no nos pertenecen. Son recolectados, procesados y monetizados por empresas como Google, Meta o Amazon, que se alimentan del trabajo gratuito de millones de personas conectadas. Lo más inquietante es que esta relación no se impone por la fuerza: se basa en el consentimiento seducido, en la comodidad y en la ilusión de libertad.
La tesis del tecnofeudalismo no es solo provocadora, sino también reveladora. Nos obliga a revisar el modo en que entendemos la economía, el trabajo y la soberanía en la era digital. ¿Podemos hablar de libertad cuando nuestras decisiones están modeladas por algoritmos invisibles? ¿Tiene sentido seguir creyendo en el libre mercado cuando los espacios donde se desarrolla la vida digital están completamente privatizados?
Pero el libro de Varoufakis no se limita a denunciar. También ofrece una propuesta: construir una economía democrática donde los frutos del conocimiento, de los datos y de la tecnología se compartan equitativamente. Implica repensar la propiedad de las plataformas digitales, establecer mecanismos de control colectivo sobre los datos y devolver el poder a quienes hoy están sometidos sin saberlo.
En definitiva, Tecnofeudalismo no solo es una crítica al poder de las big tech, sino una invitación a imaginar un mundo donde la tecnología no sea un instrumento de dominación, sino una herramienta para la emancipación. Comprender este nuevo escenario no es una opción: es una necesidad urgente para recuperar nuestra autonomía, tanto individual como colectiva.
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