UNA EPISTEMOLOGIA DEL SUR

¿Qué ocurre cuando un saber no sirve a los intereses del poder? Se le niega, se le silencia, se le declara inexistente. En eso insiste Boaventura de Sousa Santos: lo que el conocimiento moderno occidental ha hecho no es solo producir verdades, sino también borrar otras. Ha creado ignorancias activas, borrando memorias, despreciando lenguajes, arrinconando mundos enteros de sentido. No se trata solo de una crítica teórica, sino de una toma de posición política radical: reconocer que en el corazón de la modernidad hay un proyecto colonial que no solo explotó cuerpos y tierras, sino también mentes y formas de conocer. Santos nos habla del “monocultivo del saber”, una especie de agricultura epistémica que siembra una sola versión de la realidad y arranca de raíz cualquier otra que no se parezca. Todo lo que no sea racional, medible, científico o funcional al progreso es declarado superstición, atraso o folclore. Pero esas otras formas de saber, nacidas de la experiencia, del dolor, de la comunalidad o del territorio, siguen latiendo. Surgen de las luchas por la vida, no de los laboratorios. Son las “epistemologías del sur”, aquellas que nacen del cuerpo, del barro, del fuego de la resistencia. Santos propone escucharlas, no para sustituir un dogma por otro, sino para ensanchar el mundo, para ampliar lo que consideramos válido, cierto, digno de ser aprendido. La “sociología de las ausencias” busca nombrar todo lo que el Norte ha declarado inexistente; la “sociología de las emergencias” intenta visibilizar los futuros que ya se están ensayando, aquí abajo, donde las universidades no llegan pero la vida se organiza igual. La traducción intercultural es entonces una práctica política: no unificar, no colonizar, sino conversar entre mundos sin borrar sus diferencias. Pero nada de esto es fácil. Porque el riesgo de domesticar la diferencia y hacerla vendible siempre está. Porque incluso la inclusión puede ser una forma de cooptación. Porque el Sur no quiere ser escuchado solo como un dato colorido, sino como una fuerza transformadora. Entonces Santos lanza una advertencia: cuidado con las academias que quieren hablar del Sur sin incomodar al Norte. La justicia cognitiva no es una moda, es una ruptura. Implica desmontar jerarquías, reaprender a mirar y a callar. Significa reconocer que no hay justicia social posible si seguimos negando que otros mundos, otras razones y otras memorias también tienen derecho a existir. Pensar desde el Sur no es solo un giro geográfico, es un giro existencial. Es, quizás, la última esperanza de imaginar un mundo que no se organice en torno a la ganancia, la explotación y el olvido.

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