LA PSICOLOGÍA COMO ENGAÑO - EDGAR BARRERO
A menudo imaginamos a la psicología como una ciencia al servicio del bienestar humano, una especie de brújula que nos orienta en medio del caos emocional y social. Sin embargo, esta imagen idealizada comienza a desmoronarse cuando revisamos su historia en América Latina. Lejos de ser una herramienta neutra, la psicología ha operado muchas veces como un espejo roto: en lugar de reflejar la realidad de nuestros pueblos, la fragmenta, la distorsiona o simplemente la ignora. En su obra La psicología como engaño, Edgar Barrero Cuéllar lanza una provocación que incomoda: ¿y si la psicología que conocemos no ha sido más que una prolongación del poder, camuflada bajo discursos científicos?
Uno de los principales cuestionamientos que plantea Barrero es la forma en que la psicología fue implantada en nuestros territorios. No nació desde las raíces de nuestras comunidades, sino que llegó empaquetada desde el norte global, con teorías, pruebas y metodologías que poco tenían que ver con nuestra historia, nuestra cultura o nuestras heridas. En lugar de desarrollarse como una ciencia comprometida con los procesos sociales de la región, fue adoptada como un manual de instrucciones que repite conceptos importados, sin detenerse a preguntar si son útiles o justos para las realidades latinoamericanas. Así, la psicología terminó funcionando más como una herramienta de ajuste que de liberación: su rol ha sido, muchas veces, el de ayudar a las personas a encajar en un sistema desigual, más que a cuestionarlo o transformarlo.
Pero Barrero va más allá de una simple crítica epistemológica. Su preocupación central es ética y política. Él se pregunta qué tipo de psicología puede construirse en un país atravesado por la guerra, el desplazamiento forzado, la pobreza y la impunidad. Y lo que encuentra es desolador: una psicología que, en los momentos más oscuros, guardó silencio o se mantuvo al margen. ¿Dónde estaban los psicólogos cuando las comunidades eran devastadas por el conflicto armado? ¿Por qué su voz no se escuchó con fuerza cuando miles de personas fueron estigmatizadas, criminalizadas o asesinadas? El silencio, en este contexto, no es neutral: es una forma de complicidad.
Desde esa perspectiva, el libro propone una ruptura con el modelo tradicional de psicología. Barrero no quiere una disciplina cómoda, encerrada en oficinas elegantes o atrapada en congresos académicos que repiten discursos vacíos. Lo que propone es una psicología que salga al encuentro de la gente, que camine con ella, que se ensucie los zapatos. Una psicología encarnada, no en lo técnico, sino en lo humano; no en el diagnóstico, sino en la escucha; no en la adaptación al sistema, sino en el cuestionamiento activo de sus injusticias. Es ahí donde aparece con fuerza la idea de “subvertir”: no como una consigna radical sin rumbo, sino como una forma de resistir desde la ternura, la memoria y la dignidad.
Una de las contribuciones más potentes del libro es su insistencia en repensar la relación entre conocimiento y poder. Barrero nos recuerda que toda práctica psicológica lleva consigo una postura ética, aunque a veces se disimule con tecnicismos. Por eso, el psicólogo no puede limitarse a ser un “experto” que aplica herramientas objetivas: debe convertirse en un agente sensible al contexto, consciente de su lugar en las relaciones sociales y dispuesto a actuar desde una ética comprometida. Esto implica abandonar el ideal del profesional neutral y abrazar una nueva figura: la del acompañante crítico, el facilitador del diálogo, el tejedor de vínculos entre el sufrimiento individual y las causas estructurales que lo originan.
En este horizonte, Barrero no se queda en la crítica. Su propuesta también es utópica, en el mejor sentido de la palabra. Sueña con una psicología capaz de sanar no solo a individuos, sino a colectivos enteros; una psicología que trabaje al lado de las víctimas del conflicto, de las mujeres que alzan su voz, de los jóvenes que resisten desde la periferia, de los pueblos indígenas que reclaman su historia. Una psicología que no se venda a intereses institucionales, ni se esconda detrás de un lenguaje oscuro, sino que se exprese con claridad, con compromiso y con amor por la vida.
Leer a Barrero es aceptar un reto. Nos invita a desprogramarnos, a desconfiar incluso de lo que creemos saber, a revisar los fundamentos de nuestra formación. Nos empuja a sentí-pensar, como él mismo dice: a no separar la razón del corazón, a integrar la reflexión con la experiencia, la teoría con la piel. Porque al final, la psicología no puede seguir siendo ese espejo roto que devuelve imágenes deformadas. Tiene que reconstruirse como un espejo reparador, capaz de reflejar nuestras luchas, nuestras heridas, y sobre todo, nuestras esperanzas.
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